miércoles, 20 de mayo de 2020

El significado que le demos a la experiencia dentro del confinamiento configurará nuestro aprendizaje futuro

“El amor es una tela decorada con la naturaleza y bordada por la imaginación” Voltaire.

La forma más sana y profunda de aprendizaje se observa en la mirada prístina de los hijos e hijas hacia sus progenitores. Este es un gesto de amor que pasa desapercibido, y que, en ocasiones, nosotros, padres y madres, obviamos ante la gran carga de actividad y responsabilidades que llevamos en nuestra mochila diaria. Además, representa una experiencia de aprendizaje reveladora no solo para nuestros hijos, sino también para nosotros, porque observando dicha mirada y sintiéndola, aprendemos a aprender, y es entonces cuando nuestro proceso de enseñanza-aprendizaje se renueva en su significado, y evita que se pudra como el agua estancada de un estanque.
No solo se mira con los ojos, necesitamos sentir para mirar con otra perspectiva.

En la teoría del aprendizaje significativo, la persona va añadiendo nuevos conceptos y conocimientos a su estructura cognitiva, o lo que es lo mismo, interrelaciona los antiguos conocimientos con los nuevos sin que los anteriores sean sustituidos. David Paul Ausubel fue un renombrado psicólogo y pedagogo, el cual acuñó el nombre de concepto inclusor al elemento que une e interrelaciona los conocimientos y conceptos adquiridos con los que ya se poseían en dicha teoría. Sabiendo esto, podemos considerar la mirada prístina que se produce entre hijos y padres como el concepto inclusor que perdemos con el tiempo, y explicando así uno de los motivos por el que puede desaparecer el sentimiento de curiosidad que nos mueve a buscar y aprender elementos nuevos para poder desarrollarlos.

El amor es un sentimiento crucial en el aprendizaje de los más jóvenes, y es un debate que se evita en nuestro sistema educativo debido a su planteamiento inicial de productividad y eficacia, así que no nos equivoquemos, el amor no es productivo porque no crea productos, sino personas, y son estas las que aprenden y enseñan, y no los productos. Lo mismo habría que plantear si una de las formas más exactas para considerarnos buenos padres es si cuando los hijos e hijas alcancen la madurez, estos siguen manteniendo una mirada prístina hacia sus padres y madres.



Como actividad pedagógica en esta entrada, propongo una dinámica muy simple, deliciosa y divertida según queramos que sea.
Somos el reflejo de lo que enseñamos
El de más edad del hogar, deberá enseñar a cocinar la receta culinaria que más le gusta a los más jóvenes, sin importar si es muy compleja o sencilla dicha receta, porque el fin de la actividad es buscar y encontrar la mirada prístina en los más jóvenes del hogar, y conformarla como concepto inclusor que guíe nuestros actos y pensamientos hacia estos últimos; como ya se sabe, el estómago es un aliado del amor, por lo que las condiciones del proceso de enseñanza-aprendizaje se vuelven altamente favorables. Todas las personas somos docentes en algún aspecto de nuestra vida, nuestra pasión a la hora de enseñar no solo debe centrarse en lo que enseñamos, también sobre a quiénes enseñamos, pero esta idea queda fuera de algunos/as galácticos/as del ámbito educativo, sobre todo en institutos y universidades.

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