domingo, 24 de mayo de 2020

El hogar es el mejor indicador de nuestras habilidades blandas (Soft Skills)

"Ha sido durante mucho tiempo mi axioma que las pequeñas cosas son infinitamente lo más importante" Sir Arthur Conan Doyle.

En el ámbito empresarial, actualmente se habla mucho de las “Soft Skills” o traducido al castellano “habilidades blandas”. Estas destacan la destreza en el diálogo y la persuasión, la claridad a la hora de tomar decisiones acertadas, la capacidad de desarrollar y gestionar proyectos, tareas y obligaciones, además de almacenar y ejecutar adecuadamente la información obtenida para llevar a cabo dicho proyecto. En este tipo de habilidades entra en juego la fluidez de recursos en forma de ideas resolutivas, y para ello, la gestión emocional y sentimental de uno mismo, es tan necesaria como el agua para la vida. Una persona puede carecer de competencias teóricas y conocimientos que se aprenden mediante el estudio, pero a su vez ser un portento como líder si posee una amplia gama de Soft Skills. Por eso, muchos de estos portentos podrían estar sentados en cualquier parque de nuestra ciudad, pasando desapercibidos y siendo desvalorados ante los ojos de los que nos creemos que somos un escalón superior en la escala evolutiva humana por tener un título que acredita que hemos adquirido una serie de competencias académicas, siendo estas demostradas en gran medida mediante la etérea memorización de datos escupidos en una prueba escrita.

En un estado de confinamiento, poseer y desarrollar estas habilidades blandas dentro del hogar es de gran ayuda, incluso vital en ocasiones de tensión o baja autoestima de los distintos miembros de la familia. Nuestra responsabilidad no solo recae en el trabajo, sino también en el hogar, y este seguirá siendo nuestro cuando el trabajo deje de serlo, aunque la perspectiva social quiera hacernos ver lo contrario. Michael Ende, en 1973, dio vida en su novela MOMO a un fantástico personaje en forma de niña, la cual da nombre al libro; Momo carecía de las competencias curriculares que adquirimos durante nuestro paso por el sistema educativo, pero es una persona única gracias a sus habilidades blandas, donde la humildad y el poder de “sabre escuchar” la convierten en algo más que un simple personaje de la ficción maravillosa que creó Ende.

Necesitamos de estas habilidades blandas para ser más competentes y mejores en nuestro trabajo, pero, sobre todo, para no caer en el error de anteponer la vida laboral a la personal, sobre todo si consideramos que, en época de confinamiento, ambos aspectos viven bajo el mismo techo, y de una manera u otra, acaban interactuando con los habitantes de nuestro hogar.

Porque el verdadero tiempo no se puede medir por el reloj o el calendario.

Paulo Freire, en su obra Pedagogía del oprimido, señala que la persona opresora, establece su valor máximo en el hecho de tener más y más, hasta el punto de serle indiferente las consecuencias que desata dicha “filosofía” sobre los demás, por lo que al final, el “ser” para este tipo de persona, solo se reduce en “poseer”, ahogándose en lo efímero y perdiéndose para siempre en el agujero negro que esta misma ha creado en el interior de ella. La visión que Freire proyecta con esta idea representa la definición más exacta de lo que es muy probable que suceda si se obvian sistemáticamente las habilidades blandas fuera de los fines laborales, y da un ápice más de sentido a la necesidad de la pedagogía en todos los aspectos de la vida.


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