jueves, 1 de octubre de 2020

Una reflexión necesaria

 

El horizonte sigue ahí

Aunque parecía en el inicio del desconfinamiento que la vida dentro de nuestra sociedad empezaba a cambiar hacia una tonalidad más viva, nada más lejos de la realidad, la segunda ola de la pandemia nos está golpeando indiscriminadamente, y esta vez vemos no nos ha pillado desprevenidos, sino que vemos como se acerca el impacto a nuestra cara, y doliéndonos tanto en la realidad como en nuestra mente. El sistema que mantenía nuestra integridad social comienza a hacer aguas a través de las numerosas brechas sociales que se empiezan a multiplicar tanto en cantidad como en tamaño, y el pesimismo nos ha invadido casi de manera devastadora como si de un ejercito de orcos creados en la mismísima mente de Tolkien se tratara.

Ahora es momento de levantar la cabeza y erguir nuestros cuellos encorvados de prestar atención a nuestros smartphones y del peso del pesimismo colectivo, porque el horizonte sigue estando ahí, y la vida no descansa en su empeño por salir adelante. Se nos ha hecho olvidar el lado maravilloso del ser humano que ha creado increíbles obras de arte, conseguido hazañas de en sueño, levantado civilizaciones y sociedades escribiendo una historia que ocupa todo lo bueno y lo malo de nuestro ser, pero que es nuestra, y que somos la única especie conocida y real hasta ahora que ha logrado esto. No es el momento de competir y destriparnos como hacen las hordas de zombis en The Walking Dead por un trozo de carne de alguien que tienen sus días contados. Es hora de ser mejores personas, mejores en casa, en el trabajo, con el vecino, con el que vive en la calle, con la naturaleza y con el mundo. Es hora de darlo todo por todos porque nos necesitamos, y este partido no lo gana nadie sólo, porque en la vida real no existen “Messis ni Cristianos”. Que nuestro ejemplo no sea la lacra política de nuestro país que convierte el Parlamento en una asquerosa y cínica obra de teatro mientras su sistema social se acera al coma profundo.


Usemos el pensamiento crítico desde el sentido común y desprendámonos de nuestros egos ideológicos, porque nadie nace con esto último, y es una mochila demasiado pesada para un camino tan largo. Desde la Pedagogía, clamo al optimismo y a la felicidad siempre con los pies en la tierra, porque el hecho de poder ser feliz se lo debemos a nuestros jóvenes, a nuestros hijos e hijas, y la vigente actitud pesimista que se respira en el aire, los ciega a ellos también, sin que puedan contemplar el horizonte.

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