El
horizonte sigue ahí
Aunque
parecía en el inicio del desconfinamiento que la vida dentro de nuestra
sociedad empezaba a cambiar hacia una tonalidad más viva, nada más lejos de la
realidad, la segunda ola de la pandemia nos está golpeando indiscriminadamente,
y esta vez vemos no nos ha pillado desprevenidos, sino que vemos como se acerca
el impacto a nuestra cara, y doliéndonos tanto en la realidad como en nuestra
mente. El sistema que mantenía nuestra integridad social comienza a hacer aguas
a través de las numerosas brechas sociales que se empiezan a multiplicar tanto
en cantidad como en tamaño, y el pesimismo nos ha invadido casi de manera devastadora
como si de un ejercito de orcos creados en la mismísima mente de Tolkien se
tratara.
Ahora
es momento de levantar la cabeza y erguir nuestros cuellos encorvados de prestar
atención a nuestros smartphones y del peso del pesimismo colectivo, porque el
horizonte sigue estando ahí, y la vida no descansa en su empeño por salir
adelante. Se nos ha hecho olvidar el lado maravilloso del ser humano que ha
creado increíbles obras de arte, conseguido hazañas de en sueño, levantado
civilizaciones y sociedades escribiendo una historia que ocupa todo lo bueno y
lo malo de nuestro ser, pero que es nuestra, y que somos la única especie
conocida y real hasta ahora que ha logrado esto. No es el momento de competir y
destriparnos como hacen las hordas de zombis en The Walking Dead por un trozo
de carne de alguien que tienen sus días contados. Es hora de ser mejores
personas, mejores en casa, en el trabajo, con el vecino, con el que vive en la
calle, con la naturaleza y con el mundo. Es hora de darlo todo por todos porque
nos necesitamos, y este partido no lo gana nadie sólo, porque en la vida real
no existen “Messis ni Cristianos”. Que nuestro ejemplo no sea la lacra política
de nuestro país que convierte el Parlamento en una asquerosa y cínica obra de
teatro mientras su sistema social se acera al coma profundo.
Usemos el pensamiento crítico desde el sentido común y desprendámonos de nuestros egos ideológicos, porque nadie nace con esto último, y es una mochila demasiado pesada para un camino tan largo. Desde la Pedagogía, clamo al optimismo y a la felicidad siempre con los pies en la tierra, porque el hecho de poder ser feliz se lo debemos a nuestros jóvenes, a nuestros hijos e hijas, y la vigente actitud pesimista que se respira en el aire, los ciega a ellos también, sin que puedan contemplar el horizonte.
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